Un recurso para ayudar a calmarse para pequeños y grandes
Ana Ferrer Jiménez
Uno de los desafíos para cualquier padre o madre en la educación de los hijos es poder lidiar con sus rabietas y enfados incontrolables, especialmente complejo cuando hablamos de niños con Síndrome de Tourette, donde habitualmente existe una disfunción emocional, una dificultad para regular sus emociones y conductas.
Como madre de un niño con Tourette, he creído necesario buscar herramientas divertidas a lo largo de su crecimiento para darle a conocer el mundo de las emociones a través de cuentos ilustrados en los que descubriera el abanico de emociones que cualquier persona puede experimentar.
Un niño con Tourette puede pasar de la risa más cegadora, al enfado más llamativo en un abrir y cerrar de ojos, situaciones que a veces como adulta me han dejado bloqueada y sin capacidad de reacción.
Por eso, tener a disposición herramientas o trucos puede ser de ayuda cuando tú mismo, como adulto, no sabes cómo gestionar estas situaciones.
Lo primero que aprendí es que en el momento del tsunami ningún cerebro está preparado para pensar o razonar, por lo que en ese momento, sólo se me ocurría mantener la calma y dejar un tiempo para que tanto yo, como el niño, saliéramos del bucle emocional, para después hablar de lo sucedido.
Experimentar esas reacciones fuertes de ira descontrolada generan culpa y tristeza, una gran desazón en el niño y el entorno. El perdón y la comprensión son imprescindibles para que su autoestima no se vea dañada.
Quisiera compartir con vosotros una herramienta que me ha fascinado desde que decidí aplicarla en esos momentos críticos de gran tsunami emocional.
La idea se gestó a raíz de visionar un video de Mindfulness School (1), donde se les preguntaba a los niños participantes qué sensaciones sentían su cuerpo cuando experimentaban grandes enfados. En el video, un adulto les mostraba un tubo de cristal relleno de purpurina que flotaba en un medio líquido y a través de ese recurso, lograba transmitir a los niños qué sucede en nuestro cerebro cuando nos enfadamos, torbellinos y movimientos de purpurina similares a todos los pensamientos agitados y descontrolados dentro de nuestro cerebro.
Observé que mi hijo de 9 años comprendió bien ese símil entre cerebro enfadado y el torbellino de la purpurina.
Pronto quise fabricar un tubo similar e investigando en “San Google” descubrí que había muchos artículos de otras personas donde explicaban distintas manualidades sobre este recurso y lo llamaban “FRASCO DE LA CALMA”.
Documentándome, conseguí llegar hasta la persona que había creado este recurso. Ni más, ni menos, que María Montessori, la primera mujer médica y educadora de Italia (1870 – 1952). Después de desarrollarse como médica, se introdujo en la psiquiatría y descubrió su vocación por la pedagogía. Comenzó observando y experimentando con niños que habían sido abandonados por sus condiciones diferentes en un manicomio, demostrando que hacer las cosas de otra manera, lleva a resultados distintos.
Y ahora sí, vamos a lo que nos ocupa…
El “FRASCO DE LA CALMA”, básicamente es un bote relleno de purpurina y agua. El funcionamiento del tubo es sencillo, el niño agitará un poco el tubo o lo volteará y se concentrará en el movimiento del líquido y la purpurina que contiene, el cual es muy llamativo y atrayente para él.
El permanecer concentrado en esos movimientos calmantes casi hipnóticos, ayudan a dejar la mente “en blanco”. El tubo ayuda al niño a ralentizar su ritmo cardíaco y su respiración.
El niño toma conciencia de cuáles son las reacciones fisiológicas que su cuerpo tiene cuando se enfada y el tubo de la calma, le ayuda a canalizar su frustración.
Yo suelo colocar el frasco en un lugar accesible para el niño. Al principio es normal que el niño necesite que el adulto le indique el momento de su uso, lo ideal es cuando comienza a desbordarse emocionalmente. Por mi experiencia personal, el niño poco a poco va conociéndose asimismo y aprende a identificar cuál es ese momento en el que debe utilizarlo.
Esta técnica no es una nueva forma de castigo, como cuando los niños hacen algo mal y se les pone de cara a la pared, o les enviamos a reflexionar a la “silla de pensar” o a su habitación. La clave creo que se encuentra en el tiempo que los padres le dedican a niño: ese tiempo necesario hasta que el niño interiorice y pueda aprender la técnica de manera efectiva.
Sentarse o tumbarse con ellos, guiarles durante el proceso de observación del “frasco de la calma”, y posteriormente ayudarles a expresar sus emociones, será muy imporante.
Muchas veces los niños no saben el tipo de emoción que están sintiendo (ira, frustración, miedo), incluso muchos adultos también podemos tener problemas para identificar y expresar nuestras emociones. Por eso esta técnica puede ser de gran ayuda tanto para padres, como para hijos.
Un aprendizaje mutuo del que todos pueden beneficiarse.
El frasco de la calma es un recurso basado en el respeto del acompañamiento emocional, enseñando al niño que todas las emociones son normales y que no hay ninguna que haya que reprimir o esconder, pero sí la importancia de conocerlas y controlarlas para que no dominen nuestras conductas de manera poco constructiva. Os animo a utilizarlo.
Puedes acceder al vídeo en este enlace: